INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR
La organización militar también ha influido en el desarrollo de las teorías de la administración. La organización lineal, por ejemplo, tiene sus orígenes en la organización militar de los ejércitos de la Antigüedad y de la época medieval. El principio de unidad de mando, según el cual cada subordinado sólo puede tener un superior - fundamental para la función de dirección -, es el núcleo central de todas las organizaciones militares de aquellas épocas. La escala jerárquica, es decir, la escala de niveles de mando de acuerdo con el grado de autoridad y de responsabilidad correspondiente, es un elemento característico de la organización militar, utilizado en otras organizaciones. Con el transcurrir de los tiempos, la ampliación gradual de la escala de mando trajo también una correspondiente ampliación del grado de autoridad delegada: a medida que el volumen de operaciones militares aumentaba, crecía también la necesidad de delegar autoridad en los niveles más bajos dentro de la organización militar. Todavía en la época de Napoleón (1769-1821), el general, al dirigir su ejército, tenía la responsabilidad de vigilar la totalidad del campo de batalla. Sin embargo, ante las batallas de mayor alcance, incluso de ámbito continental, el comando de las operaciones de guerra exigió, no nuevos principios de organización, sino la extensión de los principios entonces utilizados, lo que condujo a una planeación y control centralizados paralelos a las operaciones descentralizadas. Se pasó así a la centralización del mando y a la descentralización de la ejecución.
El concepto de jerarquía dentro de la organización militar es tan antiguo como la propia guerra, pues existió siempre la necesidad de un estado mayor para el ejército. Sin embargo, el estado formal, como cuartel general, sólo apareció en 1665 con el Distrito de Brandenburgo, precursor del ejército prusiano. La evolución del principio de asesoría y la formación de un estado general tuvo su origen en el siglo XVIII en Prusia, con el emperador Federico II, El Grande, (1712-1786) quien, deseoso de aumentar la eficiencia de su ejército, hizo algunas innovaciones en la estructura de la organización militar. Con la ayuda del general Scharnhorst fue creado un estado mayor (staff) para asesorar el mando (línea) militar. Los oficiales de línea y de asesoría trabajaban independientemente, en una nítida separación entre la planeación y la ejecución de la operaciones de guerra. Los oficiales en el estado mayor se transferían posteriormente a posiciones de mando (línea) y de nuevo al estado mayor, lo que aseguraba una intensa experiencia y vivencia en las funciones de gabinete, de campo y nuevamente de gabinete.
Otra contribución de la organización militar es el principio de dirección, según el cual todo soldado debe conocer perfectamente lo que se espera de él y aquello que debe hacer. Resalta Mooney que aun Napoleón, el general más autócrata de la historia militar, nunca dio una orden sin explicar su objetivo y verificar que se había comprendido correctamente, pues estaba convencido de que la obediencia ciega jamás lleva a la ejecución inteligente de cualquier acto.
A comienzos del siglo XIX, Carl von Clausewitz (1780-1831), general prusia- no, escribió un tratado sobre la guerra y los principios de la guerraquote , sugiriendo cómo administrar los ejércitos en periodos de guerra. En éste se inspiraron muchos teóricos de la administración que posteriormente se basaron en la organización y en la estrategia militares, adaptando sus principios a la organización y a la estrategia industrial.
Clausewitz consideraba la disciplina como un requisito básico para una buena organización. Para él, toda organización requiere una planeación cuidadosa en la cual las decisiones deben ser científicas y no simplemente intuitivas. Las decisiones deben basarse en la probabilidad y no sólo en la necesidad lógica. El administrador debe aceptar la incertidumbre y planear de manera que pueda minimizarla.
A partir de 1776, con la invención de la máquina de vapor por James Watt (1736-1819) y su posterior aplicación en la producción, una nueva concepción del trabajo modificó por completo la estructura social y comercial de la época, provo- cando profundos y rápidos cambios de orden económico, político y social que, en un lapso aproximado de un siglo, fueron mayores que los ocurridos en el milenio anterior. A este período, que se le conoce como la Revolución Industrial, se inició en Inglaterra y se extendió por todo el mundo civilizado con rapidez.
La Revolución Industrial puede dividirse en dos épocas bien diferenciadas:
De 1780 a 1860: primera Revolución Industria1 o revolución del carbón y del hierro.
De 1860 a 1914: segunda Revolución Industrial o revolución del acero y debla electricidad.
Aunque se haya iniciado a partir de 1780, la Revolución Industrial no adquirió todo su ímpetu antes del siglo XIX. Surgió como una bola de nieve con aceleración creciente.
La primera Revolución Industrial puede dividirse en cuatro fases.
Primera fase: la mecanización de la industria y de la agricultura. A finales del siglo XVIII, la aparición de la máquina de hilar (inventada por el inglés Harreares en 1767), del telar hidráulico (por Cartwright en 1785) y de la máquina desmontadora de algodón (por Whitney en 1792) vino a sustituir el trabajo del hombre y su fuerza muscular, del animal, e incluso de la rueda hidráulica. Aunque eran máquinas grandes y pesadas, tenían superioridad increible sobre los procesos manuales de producción de la época. La desmontadora de algodón procesaba mil libras de algodón, mientras que en el mismo tiempo un esclavo procesaba sólo cinco.
Segunda fase: la aplicación de la fuerza motriz a la industria. La fuerza elástica del vapor, descubierta por Dénis Papin en el siglo XVII, quedó sin aplicación hasta 1776 cuando Watt inventó la máquina de vapor. Con la aplicación del vapor a las máquinas se iniciaron las grandes transformaciones en los talleres, que se convirtieron en fábricas, así como en los transportes, en las comunicaciones y en la agricultura.
Tercera fase: el desarrollo del sistema fabril. El artesano y su pequeño taller desaparecieron para dar lugar al obrero, a las fábricas y a las industrias basadas en la división del trabajo. Surgieron nuevas industrias en detrimento de la actividad rural. Lamigraci6n de masas humanas de las áreas agrícolas hacia las proximidades de las fábricas provoca el crecimiento de las poblaciones urbanas.
Cuarta fase: un espectacular desarrollo de los transportes y de las comunicaciones. La navegación de vapor surgió con Robert Fulton (1807), en los Estados Unidos, siendo
perfeccionada por Stephenson. La primera vía férrea surgió en Inglaterra (1825) y después se tendieron otras en los Estados Unidos (1829). Ese nuevo medio de transporte se propagó vertiginosamente. Otros medios de comunicación fueron apareciendo con rapidez sorprendente: Morse inventó el telégrafo eléctrico (1835), el sello postal surge en Inglaterra (1840), Graham Bell inventa el teléfono (1876). Se esbozaban ya los primeros síntomas del enorme desarrollo econ6mico, social, tecnológico e industrial y las profundas transformaciones y cambios que ocurrían con una velocidad gradualmente mayor.
Con todos esos aspectos se define, cada vez más, un considerable control capitalista sobre casi todos los ramos de la actividad económica.
A partir de 1860, la Revolución Industrial entró en una nueva fase, profunda- mente diferente de la primera Revolución Industrial. Es la llamada segunda Revolución Industrial provocada por tres acontecimientos importantes:
perfeccionamiento del dínamo (1873);
invención del motor de combustión interna (1873), por Daimler.
desarrollo de nuevos procesos de fabricación del acero (1856);
Las principales características de la segunda Revolución Industrial son las siguientes:
l. la sustituci6n del hierro por el acero como material industrial básico;
2. la sustituci6n del vapor por la electricidad y por los derivados del petróleo, como principales fuentes de energía;
3. el desarrollo de las máquinas automáticas y un alto grado de especialización del trabajo;
4. el creciente dominio de la industria por la ciencia;
5. las transformaciones radicales en los transportes y en las comunicaciones. Se mejoran y amplían las vías férreas. A partir de 1880, Daimler y Benz construyen automóviles en Alemania. Dunlop perfecciona el neumático en 1888 y Henry Ford inicia la producción de su modelo dblquote Tdblquote en 1908 en los Estados Unidos. En 1906, Santos Dumont hace la primera experiencia con el avión;
6. el desarrollo de nuevas formas de organización capitalista. Las empresas de socios solidarios, formas típicas de organización comercial, cuyo capital proviene de las ganancias obtenidas (capitalismo industrial), y que toman parte activa en la dirección de los negocios, dieron lugar al llamado capitalismo financiero, que tiene cuatro características principales:
a) el dominio de la industria por las inversiones bancarias e instituciones financieras y de crédito, como fue el caso de la fundación de la United State Corporation, en 1901 por J. P. Morgan y Companía;
b) la inmensa acumulación de capital, proveniente de monopolios y fusiones de empresas;
c) la separación entre la propiedad particular y la dirección de las empresas;
d) el desarrollo de las holding companies (casas matrices);
7. la expansión de la industrialización hasta la Europa Central y Oriental y el Extremo Oriente.
De la tranquila producción artesanal, en que todos los trabajadores estaban organizados en corporaciones de oficios regidas por estatutos, donde todos se conocía, en la que el aprendiz - para pasar a artesano o a maestro - tenía que producir una obra perfecta delante de los jurados y de los síndicos (autoridades de la corporación), el hombre pasó con rapidez al régimen de producción de las máquinas, dentro de grandes fábricas. No hubo una adaptación gradual entre las dos situaciones sociales, sino una súbita modificación de la situación provocada por dos aspectos, a saber:
l. la transferencia de la habilidad del artesano a la máquina, que pasó a producir con mayor rapidez, mayor cantidad y mejor calidad, haciendo posible la reducción del costo de la producción;
2. la sustitución de la fuerza del animal o del músculo humano por la potencia de, la máquina de vapor (y posteriormente por el motor), que permitía mayor producción y mayor economía.
Los propietarios de talleres, que no estaban en condiciones financieras de adquirir máquinas y de mecanizar su producción, fueron obligados por la fuerza de la competencia a trabajar para otros propietarios de talleres que poseían la maquinaria necesaria. Ese fenómeno de la mecanización de los talleres, rápido e intenso, provocó una serie de fusiones de pequeños talleres que pasaron a integrar otros mayores y que, poco a poco, fueron creciendo y transformándose en fábricas. Dicho crecimiento se aceleró gracias a la disminución de los costos de producción que propició precios competitivos y una mayor cobertura del mercado consumidor de la época. Eso aumentó la demanda de producción y, al contrario de lo que se preveía, las máquinas no sustituyeron totalmente al hombre, sino que le dieron mejores condiciones para la producción. El hombre sólo fue sustituido por la máquina en aquellas tareas que se podían automatizar y acelerar por la repetición. Con el incremento de los mercados como consecuencia de la popularización de los precios, las fábricas requirieron grandes contingentes humanos. La mecanización del trabajo condujo a la división del trabajo y a la simplificación de las operaciones, e hizo que los oficios tradicionales fueran sustituidos por tareas semiautomatizadas y repetitivas, que podían ser ejecutadas con facilidad por personas sin ninguna calificación y con una enorme simplicidad en el control. La unidad doméstica de producción, es decir, el taller o el artesanado en familia, desapareció con la súbita y violenta competencia. Entonces surgió una pluralidad de obreros y de máquinas en las fábricas. Con la concentración de industrias y la fusión de los pequeños talleres alimentados por el fenómeno de la competencia, grandes contingentes de trabajadores laboraban juntos durante las jornadas diarias de trabajo, que se extendían 12 ó 13 horas, en condiciones ambientales peligrosas e insalubres, que provocaban accidentes y enfermedades en gran cantidad. El crecimiento industrial era improvisado y se basaba totalmente en el empirismo, ya que la situación era totalmente nueva y desconocida. Al mismo tiempo en que se desataba una intensa migración de mano de obra de los campos agrícolas a los centros industriales, tuvo origen un fenómeno acelerado de urbani- zación, también sin ninguna planeación u orientación. Paralelamente, el capitalismo se consolida, crece una nueva clase social: el proletariado. Las transacciones se multiplican y la demanda de la mano de obra en las minas aumentó sustancialmente. Los propietarios pasaron a enfrentar los nuevos problemas de gerencia, improvisan- do sus decisiones y sufriendo las consecuencias de los errores de la administración o de una naciente tecnología. Obviamente, esos errores eran en muchos casos, un pago mínimo a los trabajadores, cuyos salarios eran bajísimos. Sumándose al bajo nivel de vida, a la promiscuidad en las fábricas y a los riesgos de accidentes graves, el largo periodo de trabajo permitía en conjunto una interacción más estrecha entre los trabajadores y una creciente concientización de lo precario de sus condiciones de vida y de trabajo y de la intensa explotación por parte de una clase social económicamente mejor favorecida. Las primeras tensiones entre los trabajadores y los propietarios de las industrias no tardaron en aparecer. Los propios estados pasaron a intervenir modificando algunas leyes del trabajo. En 1802, el gobierno inglés sancionó una ley que buscaba proteger la salud de los trabajadores en las industrias textiles. Los pastores protestantes y los jueces locales vigilaban de manera voluntaria el cumplimiento de esa ley. A medida que los problemas iban agravándose, se expedían nuevas leyes.
Con la naciente tecnología de los procesos de producción y de la construcción y funcionamiento de las máquinas, así como con la creciente legislación que buscaba defender la salud y la integridad física del trabajador y, en consecuencia, de la colectividad, la administración y la gerencia de las empresas industriales pasaron a ser preocupación permanente de sus propietarios. La práctica fue ayudando a seleccionar las ideas y los métodos empíricos. En vez de los pequeños grupos de aprendices y artesanos dirigidos por maestros hábiles, el problema era ahora dirigir batallones de obreros de la nueva clase proletaria; en vez de los instrumentos rudimentarios de trabajo manual, el problema era operar máquinas cuya complejidad aumentaba. Los productos pasaron a ser elaborados en operaciones parciales de manera secuencial, cada una de ellas dirigidas por un grupo de obreros especializa- dos en tareas específicas, que desconocían casi siempre las demás operaciones e ignoraban hasta la finalidad de la pieza o de la tarea que ejecutaban. Esa nueva situación contribuyó a desterrar de la mente del trabajador el vehículo social más intenso, es decir, el sentimiento de estar produciendo y contribuyendo para el bien de la sociedad. El capitalista se distanció de sus obreros y comenzó a considerarlos como una enorme masa anónima, al mismo tiempo que los grupos sociales, más concentrados en las empresas, generaban problemas sociales y reivindicativos, al lado de otros relacionados con el rendimiento en el trabajo y la labor de equipo, que necesitaban una solución rápida y adecuada. La principal preocupación de los empresarios radicaba, lógicamente, en la mejoría de los aspectos mecánicos y tecnológicos de la producción, con el objeto de producir mayores cantidades de mejores productos y al menor costo. La gestión de personal y la coordinación del esfuerzo productivo eran aspectos de poca o ninguna importancia. De este modo, aunque la Revolución Industrial haya provocado una profunda modificación en la estructura empresarial y económica de la época, nunca llegó a influir directamente en los principios de la administración de las empresas, entonces utilizados. Los dirigentes de las empresas trataron simplemente de atender como podían o como sabían las demandas de una economía en rápida expansión y carente de especialización. Algunos empresarios tomaban sus decisiones teniendo como modelo las organizaciones militares o eclesiásticas que tuvieron éxito en los siglos anteriores.
La utilización capitalista de las máquinas en el sistema fabril intensifica el carácter social del trabajo, lo que implica:
a) ritmos rígidos;
b) normas estrictas de comportamiento;
c) mayor interdependencia mutua.
“La máquina impone como absolutamente necesario el carácter cooperativo del trabajo, la necesidad de una regulación social. Sin embargo, el uso capitalista de las máquinas lleva una dirección autoritaria y a la reglamentación administrativa sobre el obrero, considerando la extracción de la plusvalía ejecutada por los miembros del cuadro administrativo, ejecutivos, directores, supervisores y capataces. Los patrones consiguen hacer pasar por simple reglamentación social lo que en la realidad es su código autoritario. Dirección autoritaria es el objetivo capitalista que define las garanúas de la cooperación, mediante la llamada “racionalización del trabajo” y control del comportamiento del obrero”. Para obtener la cooperación en la industria, las funciones directivas se transforman de normas de control en normas de represión.
Para la TGA, la principal consecuencia de este proceso es el nacimiento de la organización y la empresa modernas con la Revolución Industrial, gracias a una multitud de factores, entre los cuales pueden destacarse:
a) la ruptura de las estructuras corporativas de la Edad Media;
b) el avance tecno16gico, gracias a las aplicaciones de los progresos científicos a la producción, como también el descubrimiento de nuevas formas de energía y la posibilidad de una enorme ampliación de los mercados;
c) la sustitución de la producción artesanal por la industria.
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